Sobre el pseudo debate de ayer hay muchísimo por decir. Y no me alcanzan las palabras. Aquí dejo solo algunas de ellas, que escribí con un poco de prisa y pensando claramente en qué está pasando en nuestro país para que tengamos este tipo de espectáculos. Espero más adelante poder escribir con detalle sobre algunas participaciones que me interesaron, como la de Mendoza (creo, la única candidata rescatable). Por mientras, aquí me centro en lo que más me llamó la atención. No solo presencias, sino también ausencias. 
la ausencia de debate


Hace un tiempo estuve leyendo un ensayo corto de Alberto Flores Galindo titulado "La tradición autoritaria. Violencia y democracia en el Perú" (1999). Este texto, hasta ese momento, inédito, fue escrito alrededor de 1987, cuando estaba haciendo añadidos y correcciones a su conocido libro "Buscando un inca". El ensayo al que me refiero, tiene un estilo similar al de "La ciudad sumergida" y propone "discutir las relaciones entre Estado y sociedad en el Perú, buscando las imbricaciones entre política y vida cotidiana" a lo largo de 7 apartados bien sucintos (23). En ellos, el autor se interesa por hurgar en la evolución de las relaciones familiares, en la violencia política, en las prácticas carcelarias a lo largo de momentos clave entre1922 y 1972. Aunque inicia su reflexión histórica desde el 20 de setiembre de 1822, cuando se inició nuestra vida republicana en un paisaje carente de tradición política y con abismales diferencias sociales y étnicas arraigadas al sistema colonial.

Menciono su análisis por la lucidez con la que relata nuestra historia y sus contradicciones y porque las dos últimas secciones tituladas "Bordeando el abismo" y "Nación y Estado" me parecen interesantes para repensar el (pseudo) debate presidencial de ayer. El abismo al que se refiere Flores-Galindo es el de la violencia estructural que genera la desigualdad. Es, como señala, brutal ver las tiendas de carros, las joyerías, todo lo que se ofrece en Larcomar -por ejemplo- o en diversas tiendas céntricas, mientras que a sus alrededores encontramos harta mendicidad infantil. El contraste es escandaloso y Arguedas se refería a este a partir de "los diestros asesinos que nos gobiernan" y a los que les importa un rábano los costos reales que tiene la pobreza. A ellos, los que, como cabeza de un sistema colonial "exigen el sacrificio de una generación a cambio de nada" (65). A esto se refiere con la crisis de legitimidad: no solo a la tradición autoritaria, a las crisis, si no a un intento por no aceptarla. Veamos las marchas, veamos las críticas al debate de ayer. Las críticas, quiero decir, de todos nosotros, jóvenes, mayores, todos los que, por diversos medios, nos podemos reir -finalmente- de los vacíos de los aspirantes de ayer y de las absurdas preguntas realizadas a los participantes.

Esa “espontaneidad popular”, como la llamaría Flores Galindo a lo que leemos en las redes, a lo que hemos respondido nosotros mismos en nuestros posteos mientras surgían eventos risibles como cuando Mávila Huertas pedía perdón por confundir al nombre prohibido con otro; o cuando un candidato desorientado comienza a gritar aunque su micro esté apagado; o cuando las preguntas oscilan entre cuál es el color favorito o la forma de relajarse, entre otros.

Pero también otro tema que él señala y que no quisiera omitir, en el debate pudimos ver la reaparición de fantasmas, la reencarnación del pasado. Increíble ver a Keiko delante de las cámaras, blindando a la policía frente a los casos de Inti y Brayan, pidiendo agradecimiento a las fuerzas del orden “que nos dieron paz” y pidiendo más bien “investigación”, cuando el asunto en realidad debiera comenzar por la reformulación de la misma institución.

Monteagudo, el 15 de agosto de 1922, señaló un símil que me parece pertinente, lo cito: “Yo quisiera que el gobierno del Perú fuese una misma cosa que la sociedad peruana, así como un vaso esférico es lo mismo que un vaso con figura esférica”. Se refiere, con esta imagen, a una forma específica de pensar la democracia social en la que existe una identificación directa entre Estado y sociedad. En la que hay una verdadera representatividad. 

Me pregunto sobre esto último: aquel candidato que deforma fonológicamente su apellido para encajar en un grupo al que no pertenece, ¿es un candidato coherente con la figura pensada por Monteagudo? “Forzay” no encaja con la figura del mesías, ni del caudillo salvador, ni del intelectual que plantearía que “la realidad no transcurre en una sola dirección”. “Forzay”, me pregunto, ¿qué propone realmente? Y ¿desde dónde lo hace?

radio caribeña.

De lo que estoy segura sobre todo, luego de ver las ausencias del debate de ayer, es que quizás para elegir a un presidente adecuado, sea necesaria, finalmente, la revolución: ir en contra de todo aquello que nos estanque, que nos obligue a permanecer en aquellos siglos en los que el valor de la mujer recaía en su virginidad, en los que había un mérito en flagelarse y castigar el cuerpo para reprimir deseos, en los que los que se puede llegar a la indiferencia absoluta, a la mezquindad moral de proponerle a una niña violada estar “nueve meses en un hotel cinco estrellas” para decidir sobre si aborta o no.

Es el retraso, pero también la mentira del que se flagela para parecerse a Dios, y al unísono manda a tirarse de un techo a una mujer que lucha por el derecho de decidir sobre su cuerpo. Es ese tipo de figura es la que certifica que, si saliese ganadora, la historia se mantendría y seguiría siendo aquella en la que la nación se siga constituyendo en lucha contra el Estado

Creo que la ausencia en el debate de ese partido estancado en el medioevo, fue el enorme elefante en la sala. Fue eso que debería impulsarnos a pensar al revés. Es decir, en palabras de Flores Galindo, a “construir otro tipo de relaciones sociales y otra forma de organizar el poder” (71).