A lo largo de esta cuarta versión de mi taller de poesía "La disciplina del goce", he invitado a tres poetas a que conversen con los alumnos, no solo sobre sus textos y en algunos casos, sobre sus editoriales, sino también sobre lo que significa e implica, escribir "bien". 

afiche propio

¿Qué es escribir "bien"? ¿Cómo pensar una respuesta, o varias, a esta pregunta? Con permiso de mi último invitado, el poeta y físico argentino, Claudio Archubi, coloco su respuesta discutida con nosotros en el taller. Ojalá de mucho más para conversar.

claudio archubi. fuente: literariedad

Gracias Claudio, por permitirme compartir tu texto. 

¿Qué es escribir bien?


¿Qué es escribir bien?, esa pregunta tan común a cualquier participante de un taller literario, es un interrogante que nos interpela incluso cuando hemos avanzado durante muchos años en la tarea de la escritura. Es fácil caer en la solución “matabobos” de que la respuesta a eso es personal y debe descubrirla cada uno con el tiempo. Más difícil es indagar en tu propia respuesta tácita formada con lo que pudiste captar como escritor y como lector a través del tiempo. 

Esa respuesta, desde mi experiencia, conduce a una especie de paradoja: ser creativo, libre pero preciso en el manejo del lenguaje. Libre para tocar las zonas no reveladas de la subjetividad o de nuestras percepciones del mundo sin barreras ideológicas. Preciso para señalarlo con palabras. Libre como sujeto desfondado y roto que vuelve a construirse al escribir cada vez como si mirara el mundo por primera vez. Preciso para señalar esa mirada nueva. Aprender a manejar el lenguaje es también aprender a pensar. Esto se obtiene con el correr del tiempo, las lecturas, la introspección. Decir que nadie se recibe de “escritor” es casi una obviedad —un poeta se forma en décadas, dice incluso la escritora argentina María Negroni, directora de la primera maestría en escritura creativa del país—.

claudio leyendo este texto

Ser preciso en el manejo del lenguaje significa tener nociones claras de su dimensión sintáctica, semántica y pragmática, pero también de otras características más intangibles desde la pura normativa intelectual: aquellas que conectan el lenguaje a tu propio cuerpo. Y entonces se hace necesario un largo paseo de reconocimiento por tu cuerpo: desde lo sensorial (vista, oído, tacto, olfato, gusto), pasando por zonas instintivas (hambre, sed, deseo, actos reflejos) hasta lo anímico (emociones, sentimientos). Y es importante explorar cómo repercute eso en tu pensamiento y en tus ideas. 

No se aprende en una tarde —sino en los años que dura una vida— a reconocer las palabras que son tuyas, las que te definen, y las que estás copiando de los otros. Dijo la escritora brasileña Clarice Lispector: alcancé lo personal, que es lo más difícil. 

Cuando lográs alcanzar esas palabras el lenguaje se enrarece saliéndose de su uso cotidiano para alcanzar una forma completamente personal. Pero muchas veces, en el afán de originalidad, no logramos transmitir el mensaje de nuestro cuerpo y desembocamos en la extravagancia —lo raro como raro en sí—, sin tocar esa zona común de la naturaleza humana a partir de la cual se debe construir una obra que alcance a los otros. Entonces, nuestro texto deviene en una construcción forzada o también en un grito ciego. Otras, en nuestra intención de impactar sobre las emociones de los otros, desembocamos en imágenes gastadas por el uso colectivo, elementos muy cercanos a las técnicas publicitarias, que son lo opuesto a toda manifestación artística. 

reciente poemario. fuente: vallejo and co.

Dos aspectos de esta conexión del lenguaje con el cuerpo, que representan dos caras de una misma moneda, son el ritmo y la intensidad. El ritmo de la frase está conectado con la velocidad a la que marcha nuestro cuerpo: la respiración, los latidos de tu corazón, o cómo responden los nervios a lo que el cuerpo recibe de afuera. El ritmo es responsable de la naturalidad con la que avanza el texto. Hay escrituras que son de frase corta y marchan a los chispazos y otras que ondulan pacientemente deslizándose en largos períodos interminables como frías serpientes. Naturalidad no es sinónimo de aquella tan mal aclamada fluidez sintáctica

videoconferencia de claudio archubi

Hay textos entrecortados, enigmáticos, tensos, jadeantes, agónicos, y que aun así mantienen su naturalidad: léanse como ejemplo muchos poemas de Paul Celan. Todos estos tipos de ritmos pueden encontrarse tanto en narrativa como en ensayo o en poesía. El ritmo es también, en parte, el responsable de que un texto sea intenso, es decir, que impacte con fuerza sobre nosotros. Con la agitación de la frase corta y nerviosa o con la aplastante lentitud de la frase larga.

Por supuesto, como dice Octavio Paz, el manejo del lenguaje, para alcanzar las características de un poema, debe incluir no sólo el aspecto reactivo-corporal, sino también el indicativo. Es decir, el otro responsable de la intensidad es el contenido, aunque en cierta manera lo que transmite el contenido sea inseparable del ritmo, que podría considerarse parte del contenido mismo: pues la forma también habla, nos dice cosas cuerpo a cuerpo. Pero lo que se dice en un texto va más allá de su forma rítmica, la desborda. Lo que se dice en un texto no sólo depende de nuestro cuerpo sino de cómo percibimos la realidad, de cómo pensamos el mundo. Si bien hay escrituras que se plantean al borde de la conciencia, casi en piloto automático, siempre existirá el filtro impuesto por el lenguaje. En física hemos comprendido que incluso el caos tiene sus propias reglas. 

Un poema no es un mero grito animal o pantomima en reacción a un estímulo o emoción sino que implica un proceso de elaboración mediante el lenguaje. Gritar, gritan los monos. 

El hombre, además, es capaz de señalar aquello de lo cual provino su grito, incluso cuando eso ya no está frente a él. Un texto puede ser intenso aun cuando no apele a estímulos sensoriales. Un texto puede ser intenso por su capacidad de penetración en eso que llamamos realidad. En la lucidez de un texto también hay intensidad. Una mirada inteligente y única provoca una literatura intensa. Es lo que yo llamaría la intensidad del vértigo. Por el esfuerzo del pensamiento también se puede llegar a la revelación poética. 

poemario de claudio del que hablamos en clase

Al pensamiento va asociada la emoción de vértigo. Los científicos lo sabemos mejor que los poetas. Las grandes construcciones mentales provocan vértigo y cierto placer que deriva de ahí. Es el placer de quien sube a una montaña y puede ver el horizonte. Algo así podemos obtener, con suficiente paciencia, de la lectura de grandes obras de la literatura como La divina comedia, pero también de la lectura de grandes obras de la filosofía, como La crítica de la razón pura o de la comprensión de una teoría científica. La contracara de esta emoción, también provocada por el pensamiento, es la inquietud metafísica. Digamos, junto con Kant, que es la angustia de quien está de pie en la base de una montaña y la mira desde abajo y advierte que hay algo superior a él, contempla su pequeñez, se reconoce como ser finito. Es la inquietud del hombre frente al misterio y la muerte. 

Libertad, precisión, creatividad, ritmo, intensidad. Sin pretensiones de preceptiva, esta es mi opinión personal sobre cuáles son las claves de una buena escritura.