Arturo Corcuera (Salaverry, 1935) ha creado un universo poético singular, donde lo lúdico nace de los recursos retóricos y fonéticos de la lengua española para iluminar la realidad, dándole un nuevo significado, delicado y curioso, no solo a las palabras mismas, sino también a todo aquello que compone la propia realidad. Su obra, reunida bajo el título de Noé delirante, y cuya edición más reciente es de 2013, ha recibido diversos reconocimientos, como el Premio Nacional de Poesía (1963) y el Premio Casa de las Américas (2006).

Mi homenaje a Arturo corcuera


Sobre Arturo Corcuera se han manifestado las voces más reconocidas de nuestra literatura nacional, así como las voces más celebradas de la poesía hispanoamericana. El inmenso Sebastián Salazar Bondy apunta, a propósito, que Arturo y su poética merecerán la memoria. Por su lado, nuestro querido Toño Cisneros nos decía que la poética de Arturo ha enriquecido nuestras vidas. Lo mismo sucede con el gran Emilio Adolfo Wesphalen cuando subraya lo excelente poeta que es Arturo, y de la mano, Benedetti coincide cuando escribe que el valor de la poética de nuestro homenajeado trasciende los límites de nuestro país y se esparce por todo el continente. En esta misma línea, Casa de las Américas subraya que es por su grado de fabulación, por la riqueza de sus metáforas, por la profundidad y el humor con el que fueron asumidas, y por la búsqueda de un lenguaje lirico original, que la poesía de Arturo es una obra significativa de la poesía hispanoamericana contemporánea. Hacia el mismo punto nos dirigimos con las palabras del gran Carlos Bousoño, cuando señala que la poética de nuestro homenajeado brilla por su riqueza imaginativa, por su capacidad de apresar un rápido esguince intuitivo, por la relación oculta y necesaria entre dos cosas aparentemente remotas, por, en suma, crear una poesía mágica y una realista, es decir, por tender puentes entre el mundo de la creación mágica y el otro, en el que se sostienen sus preocupaciones sociales.

Además de todo lo que han dicho ellos, que son hitos en nuestra historia de la literatura y que son, también referentes necesarios en nuestra forma de sentir y de entender la poesía, quisiera aportar una par de ideas más y es por ello que he venido hoy a conversar con Uds. La primera es que Arturo es un gran poeta, sin duda, pero es algo mucho más intenso y mucho más importante que eso. Arturo es una gran persona. Un ser humano que prioriza la solidaridad como estética máxima del ritmo de la vida, un ser humano que piensa antes que en la suya, en la felicidad de todos nosotros, y que siempre, desde el primer día que lo conocí, entrega a quien lo conoce, pedazos de su generosidad, trozos de su sonrisas y abre las puertas de su casa, las puertas de sus brazos, sus brazos mismos, y te permite conocerlo y conocerte a través de él y de su familia. Arturo es el amigo que me envió a sus ángeles para que me cuidaran en entrevistas de trabajo, Arturo ha sido mi confidente, el hombro sobre el cual he llorado intensos desencuentros y penas amorosas que solo le he podido contarle a él. Arturo es el mejor ejemplo del padre que hubiera querido tener. Es el amigo al que he llamado desde Pittsburgh cuando salía de alguna clínica con el corazón hinchado de tanto frío. Arturo es un poeta inmenso que nunca perdió la sencillez y la humildad de un joven que recién se inicia, y que escucha con atención, a tus poemas aún inéditos y que te aconseja, y te mira aunque tú seas aún inédita y no llegues a los 23 años.

Arturo es una de esas personas que ve más allá de las palabras y más allá de los gestos para encontrar lo correcto y para hacerlo prevalecer. Permítanme ilustrar esta idea con una anécdota: Cuando Arturo todavía era escolar, podía darse el lujo de “tirarse la pera”, de “hacerse la vaca” del Hipólito Unanue, gran colegio del que tiene incontables aventuras, para ir a la biblioteca nacional con un carnet prestado para aprovechar el tiempo al máximo en diversas lecturas. No obstante, cuando cumplió la edad para tener uno propio el bibliotecario no le quiso dar los libros y le retuvo el carnet. Arturo, con ese carácter indomable (aunque juguetón siempre) se fue a quejar con el director, que por entonces era el reconocido matemático Cristóbal Losada Puga. Losada, al revisar los datos de Arturo se dio cuenta de que conocía a sus padres. Él era natural de Chota y era hijo de la poetisa Amalia Puga, madrina de matrimonio de su madre. Arturo le comento que había visto en Cajamarca la estatua erigida a dicha escritora, y este comentario conmovió a Losada a tal punto que le devolvió el carnet y le regaló unos libros de literatura. Así comenzó su amistad. Si bien la anécdota es interesante por varias razones, lo que Arturo rescata cuando la cuenta es que Losada nunca reprendió ni desautorizó al bibliotecario que le requisó el documento. Es a esto a lo que yo apunto: Arturo siempre ha sido elegante, y siempre ha sabido rescatar en los actos y en los gestos, lo que es correcto como lo que es bello. En ello su magia. En ello lo que admiro. No le interesaba recalcar su reclamo o su amistad con el matemático, él quería rescatar lo que los lectores no veíamos y él, adolescente supo ver y conservar entre sus manos: el gesto de no reprender ni desautorizar que tuvo Losada. El ser buen jefe, el tener una ética, una coherencia eso es lo que un amigo de Arturo puede reconocer a kilómetros como su sello personal. Es lo que otros podrían decir que es “su sentido de justicia”.

santiago de chile 2007

Lo segundo que quisiera comentar es mucho más cercano a su poética y a su vida misma, porque nace de esta intersección. Arturo escamotea los límites y se convierte en un personaje de cuentos de aventura o de poemas sobre el mar, y es un ser capaz de entablar una verdadera comunicación con los animales más libres, las aves, de hecho, quienes lo conocemos sabemos de la increíble amistad que tenía con su tordo, que en paz descanse. No en vano al poeta le hubiera gustado ser, si no era poeta, claro, por lo que me cuenta “guarda pájaros de los bosques”. Pero algo más, imbuido en esta relación con la naturaleza, Arturo coloca siempre formas de interpelar al lector.

en santa ines 2015

 Así, su poética descubre la creación delicada y minuciosa de un universo donde cada detalle funciona armónicamente conectándose además, siempre, con una preocupación por el otro. Rezan sus versos alados: “sorprendí al pájaro / forzando los barrotes/ para que huyera la jaula”. Está por un lado el protagonismo del ave y por el otro, la constante pregunta por el otro, en este caso, la jaula, encerrada en sí misma, en su propio nombre. Arturo cuestiona desde su “corazón volcánico”, interpela al lector, en otros poemas nos dirá: “¿quién ha cortado la noche como carbón en mitades?” ¿Volverán los años idos? ¿Se irán rengueando las tardes? ¿Quién descalzó los caminos guardados en mis zapatos? ¿Por qué me siguen los caminos a dónde voy? ¿Qué es el mar sino millones de años de rocío? Y las preguntas continúan nutriendo poema tras poema, paisaje tras paisaje. Y así dibuja Arturo perfiles de ese universo en el que prevalece lo que él llama una “visión cósmica de las cosas” (24), o una constante estética del devenir en donde un cuerpo se transforma en otro, y se rebalsan los límites transgrediéndose a sí mismos, convirtiéndose en naturaleza viva todo el tiempo. Como en la “Balada de la piedra que sueña”, en la que, cito:

“puede vivir la piedra en silencio,

lo que no puede es dejar de soñar,

le ilusiona ser caballo,

fuente, palacio, ciudadela,

sabe amar en la estatua de los amantes,

orar en templos y mezquitas,

ser valiente en el perfil del héroe,

la piedra no cesa hasta palpar sus sueños,

inmóvil y fecunda suele entregarse a la fantasía de los soñadores”.

Las piedras en el universo poético de Arturo, tienen ilusiones, saben amar, son valientes, tienen un corazón en el que se puede oír una “sinfonía de pájaros” (71), tienen alas también, alas que a pesar de saber volar “se conforman con observar el vuelo de las aves” (65) y sienten un gran dolor de no haber nacido humanos (17). Sorprende que las piedras sean incandescentes, omniscientes, únicas, o que exista incluso alguna primera piedra libre de culpa, digamos, una “piedra de dios” (99). Es esto, si es que quisiéramos resumir, lo que avasalla en la poética de Arturo, la capacidad de prodigar vida y de vivirla a través de diferentes seres. Tal como reza uno de sus versos más luminosos, “es el poeta mar y al mismo tiempo río/ y como mar y rio, no encontrará reposo” (73).

ayer, 2017

Gracias Arturo, por permitirme ser parte de tu vida, y por ser parte de la mía, por permitirme conocerte y por leerme y haber presentado la segunda edición de mi primer libro en el 2007, por haber escrito la primera reseña sobre algo mío en un periódico. En Peru21, recuerdo que fue la primera vez que me vi en prensa y como dirías tú, no cabía en mi pellejo de sorpresa y alegría. Gracias Arturo, por haber tomado desayuno conmigo esa mañana en Santiago de Chile, en el 2007, cuando de la nada, aceptaste conocerme. Y gracias por todas las tardes y mañanas en Santa Inés, por compartir conmigo algunos secretos y por dejarme conocer a Rosi, la mujer cómplice que permite que la noche tenga día, el sol lluvia, la tarde mañana, y por permitirme estar sentada hoy a tu lado, aquí. Dejo escrito y subrayo, sonriendo, esto que ya te había dicho antes, mientras manejabas tu carro y me jalabas de Santa Inés a Lima, mientras nos perdíamos realmente por algunas calles. Que te quiero mucho. Eso. Que te quiero mucho.



Bibliografía

Corcuera, Arturo. Baladas de la piedra, del amor y de la muerte. Lima: Ediciones el Nocedal, 2016.


Foto de cabecera: César Calvo, Thiago de Melo, Arturo Corcuera. Fuente: Revista Librepensamiento