Para los que no pudieron asistir el 29 de julio a la FIL a escuchar el homenaje que Jorge Eslava, Carlos López Degregori y yo le dimos a Eduardo Chirinos, les dejo un pedacito de lo que se dijo esta noche. 

29 de julio. dia del homenaje. Foto de César Alberto Sánchez Lucero


Agradezco por la invitación y por compartir la mesa con poetas tan reconocidos como lo son Jorge Eslava y Carlos López Degregori. Quisiera, si me permiten, dedicar estas palabras a Jannine Montauban, la inspiración, la cómplice, el amor infinito que tuvo Eduardo durante más de veinte años de su vida. Estoy segura de que Eduardo no solo aprueba mi dedicatoria, sino que me sonríe de vuelta y lo aprecia.

Permítame contarles muy brevemente como fue mi primer acercamiento a Eduardo Chirinos. Fue el 27 de mayo del 2009 cuando él presentaba uno de sus libros, no recuerdo cual exactamente, pero recuerdo que era miércoles a las 9 de la noche más o menos cuando me abrí paso entre la gente que lo rodeaba en el centro cultural de España. Recuerdo detalles de la fecha y del día porque marcaron de manera clara y concreta el resto de mis años y la forma como yo entendería la amistad y su relación con la poesía. Recuerdo claro, además, que fue ese miércoles y no otro miércoles, porque yo había esperado mucho para conocer a aquel escritor tan famoso que me había soplado respuestas en tantos exámenes en la PUCP. Y es que yo leía vorazmente los ensayos de Eduardo, y lo citaba en mis exámenes. De hecho, leerlo siempre era un placer, su forma de escribir pulcra e inteligente era una invitación a seguir aprendiendo, además de que me contagiaba de una secreta emoción y de una intensa alegría.

Esa noche llegue con mi ejemplar de “El techo de la ballena” un libro de ensayos publicado por la católica en el 91. Me abrí paso entre todas las personas que lo rodeaban al final de la presentación y le pedí que por favor, si fuera posible, que me lo firmase. Eduardo, de quien yo no conocía aun su amabilidad y generosidad, me dijo que reconocía no solo mi nombre sino mi poesía y firmo mi ejemplar con una letra perfecta: “Para andrea, bajo este techo de niebla, donde cabe toda la poesía del mundo…”

Quedamos en encontrarnos a los pocos días y así fue, tomamos un café en un lugar al que visitaríamos varias veces en los años posteriores, una cafetería en Dasso. Y conversamos mucho no de crítica ni de todo lo que había leído de él, sino de poesía. De poesía, de su vida, y de mi vida. Poco a poco comencé a entender que si Eduardo no había sido mi gran amigo de toda la vida era por mi edad y no por otra razón. Porque yo nací tarde, nada más. A lo mejor si hubiera nacido unos cuantos años antes podría ahora contar más anécdotas de su juventud o de su vida en general. Pero puedo contarles que leer uno de sus poemarios y tenerlo al lado para que cuente las peripecias por las que pasó para publicarlo, y como eligió tal o cual portada es una experiencia inolvidable. Fue así como lo conocí, llegue con un libro de ensayos, pero hablamos de poesía y de vida, que en el caso de él, eran sinónimos.

En esas charlas interminables me contó que no le gustaba bailar, que le encantaba dibujar, de hecho en sus dedicatorias solía hacer dibujos muy lindos, me contó la historia de cómo imprimió su primer poemario, nada más y nada menos que en la imprenta de la marina del Perú y claro, editado muy simpáticamente por él mismo. 

(algunas) dedicatorias que  Eduardo me dejó


Me conto también de sus aventuras en el colegio. Me contó de su amor por la docencia. Y de lo afortunado que se sentía de haber sido elegido por las palabras, porque sí, sus poemas brotaban de una elección secreta que era más fuerte que él. Una elección que correspondía, pienso y siento, a un orden mágico.

Como escribir estos bellísimos versos de Humo de incendios lejanos, pertenecientes al apartado ocho: “No importa el silencio es igual en cualquier lengua/ al despertar recordaba apenas unos versos y una sola/pregunta ¿en qué pecho cantaras cuando me vaya? (58)

Eduardo incendiaba calendarios, el mismo lo decía en “No tengo ruiseñores en el dedo”, Eduardo dejaba huellas en el silencio, inventaba palabras acorde a la necesidad del poema, a la fiebre de la escritura, y escribía con esa fiebre, versos de amor tan intensos como la luz de una mañana de verano, o como este poema, que perdónenme la terquedad, necesito citar una vez, y otra vez,

"El invierno en sus ojos se hace primavera: / el canto de los pájaros inquieta la nieve/ la franja del sol que agradecen mis ojos/ no sé si hoy debería entristecerme, pero/ solo en mi corazón hay lluvia/ ¿Por qué escribo la palabra corazón?/ yo nunca he escrito la palabra corazón/ debo escribirla sin embargo/ en nombre del amor que no es perfecto". (45, "La solitudine")

Eduardo es un hombre sencillo, es una sonrisa traviesa, Eduardo es un brillo intenso en los ojos cuando habla de poesía. Eduardo es un niño y un hombre fuerte como un roble. Y me cuesta muchísimo hablar de él en tiempo pasado, como si no estuviera aquí, porque si no estuviera, no haríamos un homenaje. Hablare de él siempre, es decir, siempre que no escriba corrigiendo tantas veces en un papel, como lo hace Jannine, como lo haría cualquier persona que lo conoce y lo quiere, hablare de él como lo hacen sus versos. En presente. Ahora jugaré con las correcciones del programa de la compu y mezclaré los tiempos. Pero aclaro, para hablar de Eduardo, se necesita un presente infinito.

Jorge Frisancho, yo, Eduardo. cuando presenté por primera vez "humo de incendios lejanos"


Quiero concluir esta breve semblanza, comentando solo algo más sobre Eduardo, el siempre revisa su correo electrónico, y suele responder pronto. Sí. Por eso nuestra amistad pudo estrecharse con los años, a pesar de que yo estuviese en Buenos Aires, en Pittsburgh, en Colonia de Sacramento, o de que el estuviera en España, Londres, o Montana, a pesar de cualquier distancia, Eduardo siempre responde. No importa si le hubiesen operado de la córnea, como sucedió en el 2010, o si estuviese lleno de trabajo como suele suceder. No importa si está en desacuerdo con tus ideas. Y eso aprendí de el. La humildad y la sencillez para con el otro. 

cuando presentamos la segunda edición


En resumen, puedo aseverar que aprendí de Eduardo a ser una mejor persona. Apenas conociéndome, quizás por regalarme un sueño, o por premiarme por mis años de lectura, me permitió presentar dos de sus libros, además, tuvo la gentileza inmensa de escribir una carta de recomendación para que yo pudiera ingresar al programa doctoral de unas universidades en estados unidos. Se alegró mucho cuando ingresé. Se alegró más cuando le comenté que había terminado el doctorado. Me dejo en su última dedicatoria los consejos para sobrevivir a lo que me esperaba en esos meses, ese enero y febrero de este año…. Y claro que envié su carta, pero confieso que la guardé en un lugar que siempre está cerca de mí, y que cada vez que siento que las cosas no son lo que yo quisiera, la saco y la leo y me convenzo de que todo puede ser mejor de lo que parece. Eduardo me dio con su amistad, un espacio especial en mi alma, en mi mente, para creer en la esperanza. Eduardo me dio mucho más de lo que yo le di. Y por eso estoy aquí esta noche. Para decírselo otra vez, en este cielo nublado que anochece.

homenaje en la universidad del pacifico, 2014